Hoy se cumplen diecisiete años de mi operación de apendicitis y me gustaría compartir con vosotros mis vagos recuerdos sobre aquel “trascendental” episodio de mi vida… Probablemente no recuerde con exactitud muchas de las cosas que ocurrieron pero intentaré aproximarme lo máximo posible a la verdad. Mi cicatriz y yo estamos juntos desde las 19 horas del martes 24 de mayo de 1994…
La historia de mi apendicitis se inicia el domingo 22 de mayo (Eso es lo que yo creo, aunque no sé si de verdad fue el desencadenante). Pasé el día en la comunión de un amigo, que curiosamente celebró el banquete en el “famoso” restaurante chino de Ciudad Rodrigo. A la mañana siguiente, me levanté de la cama fatal y lo primero que hice fue vomitar. Curiosidad o Casualidad… os lo dejo a vuestra elección…
La primera toma de contacto y consulta fue en la antigua (Digo antigua porque creo que ya no existe como tal) Clínica San Marcos que había al lado de mi casa. Supongo que ya nos dijeron a mi madre y a mí el “percal” de lo que tenía y, sobre todo, la “famosa” frase que se le dice a cualquier paciente que hay en Miróbriga cuando no pueden hacer nada: “¡A Salamanca!” Así que cuando mi padre regresó por la tarde del trabajo, nos pusimos en marcha y llegamos al Hospital Santísima Trinidad de la capital charra.
Lo único que recuerdo de la primera noche en el Hospital es el daño que le hice a una buena enfermera que me atendió. Sugirió que le agarrara la mano mientras otra compañera me ponía la aguja del gotero. Es muy posible que se arrepintiera poco después… Evidentemente la procesión, por esta vez, iba por fuera y yo sentía un miedo terrible a entrar en quirófano. Me da vergüenza ya que siempre tuve en casa a un valiente que nunca se quejó de nada a pesar de todo lo que le tocaba sufrir…
En un principio me tenían que operar por la mañana, como muy tarde al mediodía. Pero lo que sucede en estos casos, no había quirófano y lo acabaron retrasando hasta por la tarde. Como de la que yo me alegraba muchísimo ya que cada vez que entraba una persona con una bata blanca en la habitación se me cambiaba la cara… No pude tomar nada, ni siquiera líquido, así que para aliviarme me mojaban los labios con una toalla. Si no me equivoco y mi memoria no me falla, pasé la sobremesa viendo el Giro de Italia y como un rubio llamado Eugeny Berzin (Enrique se acordará…) le ganaba la batalla a nuestro campeón Miguel Indurain y le privaba de su tercera corona consecutiva.
Llegó la hora y un celador (Al que seguramente insulté en mi cabeza) me sacó “por la fuerza y en contra de mi voluntad” (jejeje) de la habitación “en la que estaba muy a gusto” para llevarme al quirófano. Mi madre fue la última persona que me dio un beso antes de entrar y la que “provocó” que entrara hecho un mar de lágrimas… Era curioso ya que era la primera (Y última hasta ahora, si no contamos la mínima operación de vegetaciones) que me tocaba a mí estar al otro lado y no esperando a la puerta.
En el quirófano me animaron y distrajeron con una pinza que tenía puesta en el dedo para ver a través de un monitor mis constantes vitales (Esto no lo sabía entonces pero lo he ido aprendiendo con todas las series de médicos que me trago…) y me quedé “sopa”. Los 30 minutos que duró la operación los recordaré siempre como la mejor siesta de mi vida ya que dormí como un lirón y me encontraba muy a gusto. Me despertó el cirujano y tras decirme que ya habían acabado (y fastidiarme el sueño), me empezó a doler todo.
Lo que no me acuerdo es de las visitas y todas esas cosas. Aunque supongo que las tuve y a montones ya que cuando algo malo (Y para mí, en aquellos días, una apendicitis era lo peor de lo peor) nos pasa a un Tapia, acudimos en masa… Después de algún que otro calmante, lo más maravilloso que recuerdo de la primera noche “post operación” fue el delicioso zumo de piña que me llevó la sobrina de mi tía Nati. No sé si era porque fue lo primero que tomé en un día o porque realmente fue el mejor zumo de la historia…
Si no me equivoco, estuve ingresado hasta el viernes de esa misma semana y en compañía de mi abuela Juana. Como no era muy grave, mi padre tenía que trabajar y mi madre tenía que encargarse de mi hermano, así que Juana era la persona adecuada para el puesto. Pasamos muchos momentos juntos esos días, algunos buenos y algunos malos. Lo mejor, los paseos que hacíamos por el inmenso pasillo de la Trinidad.
Lo peor, cuando me negué a sufrir los pinchazos de las enfermeras en el culete para suministrarme los medicamentos. Como era un niño y me aterraban las agujas, la solución pasaba por poner lo más duro posible el culo. Así que no tuvieron más remedio que darme los medicamentos en forma de pastilla. Otra de las cosas que me acuerdo es del lenguado que me trajeron una noche y como por aquellas fechas yo era un poquito especial, tuve que ceder “con generosidad” a mi abuela para que se lo comiera…
Otra de las cosas que no se me olvidara fue la visita una mañana de Eladio, un amigo de mi padre (El del Dallas… jeje!). Me traía el periódico para que me distrajera y venía en portada la marcha de Laudrup al Madrid. Una mala noticia que a mí me dolió (Luego vendría años más tarde lo de Judas que lo superó con creces…) a pesar de que Eladio me decía que no pasaba nada que el Barça había fichado al “grandísimo” porterazo Julen Lopetegui… No recuerdo ninguna parada suya, solo su desmayo televisivo.
Mi experiencia hospitalaria terminó con toda la familia tomando cosas para evitar las lombrices que habían fastidiado mi apéndice y con la retirada de los puntos una semana más tarde de la operación. Unos puntos, por cierto, como Dios manda, en los que se pueden apreciar el hilo de las agujas. Una cicatriz de las que ya no hacen, como ahora las hacen sin que te quede marca… Yo lo prefiero así, una raja para acordarme siempre con cariño de este episodio de mi vida y celebrarlo como tal cada 24 de mayo.
P.D.: Quizás esta anécdota se os haya hecho más larga de lo normal (lo es) pero a mí se me ha hecho corta porque me ha traído muchos recuerdos de mi infancia y me ha gustado compartirlo con todos vosotros.
P.D.: Espero que hayáis disfrutado y os haya quitado el mal sabor de boca por el anterior “post” que al parecer no ha gustado a mucha gente aunque ya dejé claro que no sé nada de política y no es una de mis pasiones. Además, lo único que pretendía era dejar mi opinión acerca de las elecciones y sobre los “vagos” de verdad, los que se quedan en casa y pasan de todo, no sobre los que se manifiestan no votando.
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